Escribir con mirada femenina
El sol matutino ilumina de lleno el escritorio de madera oscura. Mis cuadernos desparramados, entre resaltadores y lápices, ocupan gran parte del espacio. Miro alrededor, como quien busca excusas para eludir las contradicciones internas. ¿Lo digo o no lo digo?
Escribir es un proceso íntimo, en el que cada quien narra su recorte de la realidad, su percepción de la vida.
Para las escritoras, escribir implica contar el mundo desde la mirada femenina, desde los zapatos de una mujer (incluyendo personas trans o travestis) que transita su experiencia marcada por su género.
En ese sentido, escribir desde una mirada femenina y diversa, permite observar el escenario desde una perspectiva particular, atenta a las construcciones culturales que existen en torno al género: creencias, mitos, desigualdades, historias, amores y desamores.
Mirar lo pequeño, lo cotidiano, lo casi imperceptible, y hacer de ello una historia atractiva, ésa es nuestra riqueza. La capacidad de narrar de manera empática y potente nuestro recorte del mundo, donde los lectores puedan zambullirse con la sensación de ser parte de ese él. Allí reside nuestro poder como escritoras.
Sin embargo, durante siglos la escritura fue cosa de hombres. La perspectiva de las mujeres y diversidades era recreada o silenciada, según el autor. Las letras estaban reservadas a los varones, y no a todos, sino a los de minorías poderosas.
Por eso, muchas escritoras publicaban sus obras bajo pseudónimos masculinos. Para la mayor parte de la Historia, Anónimo era una mujer, decía la escritora feminista Virginia Woolf.
Autoras como las hermanas Brontë, Louise May Alcott y hasta Joanne Rowling, escribieron bajo pseudónimos masculinos o siglas sin género, para que sus obras no fueran rechazadas; ya que existía la creencia (y aún hoy muchos la mantienen) de que las mujeres no escribimos tan bien como los hombres.
Esto no es casual; los premios literarios internacionales como el Nobel de Literatura, Planeta y el Cervantes, han premiado a menos de 30 mujeres (entre los tres) frente a más de 150 hombres, en toda su historia. Sin mencionar que solo 11 mujeres han sido o son parte de la mesa académica de la RAE; sí, esa mesa que nos dice qué palabras podemos usar y cuáles no.
Asimismo, las obras registradas en el ISBN en 2018 (última actualización) muestran que las editoriales publican más a los hombres que a las mujeres y diversidades. El primer relevamiento, realizado en 2019, arrojó que de los 55.501 títulos inscritos, el 61,6% son de hombres y el 32,1% de mujeres (el 6,3% no consta). Por lo tanto, esta brecha no es solo cultural, sino también estructural. No hay igualdad de oportunidades en la literatura.
Pienso nuevamente en las contradicciones a las que nos enfrentamos las mujeres y personas de la comunidad LGBTQI+, querer y ¿no poder? Por eso decido que decirlo es la mejor salida. Hablar de las incomodidades, de lo difícil, de lo que nos cuesta, es el primer paso para resolverlo. No cambia lo que no se cuestiona.
Y, en lo personal, estoy convencida de que nada es imposible de cambiar, ya lo ha demostrado el movimiento feminista. Empezando por nosotras mismas. Animándonos a mostrar al mundo lo que escribimos y solemos tener bajo 7 llaves. Confiando en nuestro talento y nuestra forma de narrar el mundo. Apoyándonos entre mujeres, porque somos refugio y tribu que contiene, potencia e ilumina.

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